¿Legalizará México por fin el juego online?
Ha entrado en vigor una nueva ley del juego en Chile. En concreto la número 20.856, que llega para sustituir a la 19.995. Y lo más destacado de su contenido es que prorroga las licencias a las siete comunas autorizadas para albergar casinos municipales: Arica, Iquique, Coquimbo, Viña del Mar, Pucón, Puerto Varas y Puerto Natales. Hasta el 31 de diciembre de 2017 se dilatarán las concesiones a estas siete municipalidades. Posteriormente, a buen seguro, se volverá a renovar el permiso.
Dicen los más optimistas que en 2015 sí. Que de diciembre no pasa. Algunos, un poco más prudentes dados los antecedentes, no se atreven a afirmarlo con tanta rotundidad. Por el bien del sector, lo mejor es que tengan razón los primeros. Desde diciembre del año pasado lleva la propuesta para cambiar la Ley de Juegos y Sorteos de México en algún cajón del Senado. Allí llegó con un amplio consenso procedente de la Cámara de los Diputados y todo hacía prever que saldría adelante con relativa facilidad y rapidez.
Pero no. Lo que hasta ese momento había discurrido con inusitada fluidez se enfangó. No lo hizo porque hubiera divergencias o problemas sino, simplemente, porque sobre la mesa reposaban otros asuntos más importantes. Sin embargo, ahora parece que sí. Que la actividad del Senado mexicano que comienza en el actual mes de septiembre culminará con la definitiva aprobación de una nueva legislación en el sector del juego.
La situación de la industria en el país azteca es una pesadísima carga que conmina a las autoridades a acelerar los trámites burocráticos. Se antoja imprescindible que México tenga ya una regulación actualizada. Solo así (y probablemente no sea suficiente) se podrá terminar con la corrupción.
Y se dice que, quizás, no sea suficiente, porque se ha dejado tanta vía libre a los corruptos durante tantos años que ya se ha convertido en algo inherente al sector. Como lo pueden ser las fichas de casino, las tragamonedas o las cartas de poker. Es triste afirmarlo pero, en la actualidad, el juego en México no se entiende sin hablar de tramas ilícitas.
Están integradas de tal manera que alcanzan las más altas cotas de la sociedad: jueces, políticos y empresarios han conformado una telaraña subrepticia alrededor del juego realmente difícil de limpiar. Esta ley, que tan buena acogida tuvo entre los diputados y que los operadores (legales) del sector ansían que se oficialice, es solo el primer paso para conseguir una industria límpida.
Con la ley también llega el juego online
Y con la aprobación de esta renovada normativa, también se regulará el juego online. Si sale adelante (algo que casi nadie duda) México se convertirá en un adelantado, un precursor dentro de los países de su entorno. Y esto es digno de agradecer en una nación que, hace muy poco tiempo, se encontraba en las antípodas de lo que debía ser un país que ejercía un control eficiente del sector.
La legalización del juego a través de la red, no obstante, también busca parapetar el desarrollo de los negocios ilegales. Derribarlos ahora que están empezando y evitar que lleguen a las cotas insondables que han alcanzado en la variedad presencial de la industria. Según diversas fuentes, el 70 % de los casinos en los que juegan los mexicanos son ilegales.
El presidente de la Asociación de Permisionarios, Operadores y Proveedores de la Industria del Entretenimiento y Juego de Apuestas en México (AIEJA), Miguel Ángel Ochoa, cifró en US$ 197,5 millones lo que pierde el país por esta red de juego online ilegal.
“Es muy importante que la ley garantice la seguridad”
Esta frase, pronunciada por Ochoa, denota una brutal realidad: la corrupción en el juego en México no solo consiste en que unos cuantos se llenen las manos de dólares. La corrupción mata. Igual que lo hacen las drogas. Por ello, es más urgente que en ningún otro sitio que se tomen medidas.
Dice también Ochoa que para ellos es vital que se apruebe la ley para evitar “la ilegalidad y la corrupción”. También ha de garantizar, comenta, la seguridad de trabajadores, jugadores e inversores.